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Comentario crítico.
Por Ligia Minaya…
“Dicen que hay un lugar en el desierto en el que el espíritu de las mujeres y el de las lobas se reúnen a través del tiempo” (Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola). No olviden que a los gemelos fundadores de Roma los amamantó una loba. La loba canta. Cantar significa utilizar la voz del alma. Siempre he dicho que la mujer que canta es feliz. Hay una loba que vive en un escondrijo del alma, que todas conocemos, pero muy pocas han visto. Su hogar es aquel donde se juntan el espíritu, la mente y el instinto. No tiene edad. Es eterna. Es una mujer salvaje con fuerza inimitable, infalible, con un enorme caudal de ideas, imágenes y particularidades. Toda mujer tiene acceso a ella por medio de la meditación profunda, el canto, la oración, la escritura, la pintura y la imaginación.
En nuestro interior está la libertad. Libertad para movernos, para hablar, para crear y para enfadarnos. Sin ella nos desplomamos. Nos convertiríamos en un amasijo de lodo. ¿Cuándo fue la última vez, si hubo alguna, que corriste libremente? Es muy probable que la psique de la mujer, por las crueldades, no le haya permitido vivir una amplia vida. Entonces tiene la sensación de vivir en un desierto. Allí sólo hay un cactus con una flor roja, brillante, en miles de kilómetros a la redonda. Se tiene la sensación de que el lugar está vacío. Sin embargo, para la mujer que está dispuesta a recorrer miles de kilómetros en busca de su libertad, hay algo más: una casita valerosa y bonita que tiene largo tiempo esperándola. Dice este libro que al entrar en la casita, luego de horas de silencio, meditando, revisando lo pasado, mirando hacia el futuro, saldrá la luz.
Hay que dejar morir lo que tiene que morir. Aprender que hay tensión entre la mujer que fue y la que acaba de nacer. Es lo que les permite alcanzar la madurez. Ser amables cuando se reciben malos tratos, los intensifica. No podemos quedarnos y marcharnos al mismo tiempo. Alimentar la intuición hace que una no se debilite. Hay que dejar que muera un poco la niña dulce, demasiado frágil, para que nazca autoridad en la mujer. Por consiguiente, la elaboración de nuevos planes, la toma de nuevos rumbos, los compromisos, el trabajo, alimentan la libertad que todas llevamos dentro. Debemos indagar quiénes somos y qué queremos ser. Si la psique instintiva anuncia ¡cuidado!, la mujer tiene que prestarle atención. El hecho de poseer una buena intuición, la obliga a trabajar para sí misma.
En la vida de una mujer hay cosas útiles e inútiles. También hay cosas constructivas y destructivas. Lo mejor es apoderarse de lo útil. Lo constructivo es la intuición, el oído interior, pero cuidado con la imprudencia. Los límites son importantes. Ser auténtica no es ser temeraria. Sé que no es fácil mantener el equilibrio. Aun así, si se cometen errores: que sirvan de enseñanza. Cuídense. No se dejen arrastrar. La calma, la discreción, son instrumentos que salvan. Nada de vicios o malas compañías. Sienta su corazón, sus dotes y respete sus limitaciones.
Denver, Colorado
Ligia Minaya, dominicana residente en Denver, Colorado. Escribe para Diario Libre, una columna sabatina con el título de “Saudades”. Ha sido juez, procuradora fiscal, profesora de criminología, consultora jurídica de la Secretaría de Medio Ambiente; y ha publicado varios libros, entre ellos: Palabras de Mujer (selección de los artículos escritos en el periódico Última Hora, 1977); El Callejón de las flores (cuentos eróticos,1999 y 2004); Cuando me asalta el recuerdo de ti (novela, 2003); Mi corazón tiembla en la sombra (novela, 2007); Mujeres de Vida Alegre (cuentos, 2009).
© 2011, Ligia Minaya. All rights reserved.
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