Estampa
- Expresividad y libertad interior
- Diez poemas de Jorge Luis Borges
- Los gerundios del olvido, poemario de Laurencio Zambrano
- Narkís
- Siete Poemas de Guillermo Fernández
- ¡Sixto, solavayaaa…!
- Rafael Escamilla: de La Libertad a Los Ángeles
- El sable y el guerrero
- Ocho minicuentos de Augusto Monterroso
- Tres fragmentos de Los alquimionautas cibernéticos
- Chopin a las tres
- Paraschiva
- El perro en la niebla (fragmento)
- Suelten ya a esa pobre gente
- José Lezama Lima y María Zambrano: el “secreto” de Cuba
- “Voces de la querencia”: la ternura hecha poemario
Por Roberto Álvarez Quiñones…
Liderado por “Tres Pelos” —andarín callejero que quiere ser alcalde del pueblo para ponerle techo al parque y hacer un balneario en el lago salvaje de La Turbina— Ciego de Ávila (en el centro de la isla de Cuba), tiene ya un envidiable patrimonio de personajes irrepetibles y tan pintorescos que forman parte indisoluble del paisaje, la historia y el folclore local.
Uno de ellos es “Sixto el de las sillas” —el apellido nadie lo sabe, pero falta no le hace. Por su aspecto y cierto acento, su origen apunta a la península ibérica o las Islas Canarias. Rebasa ya la media rueda y es el clásico “flaco desgarbao”. Con una eterna guayabera blanca algo trajinada, va siempre tocado con un inexplicable sombrero, aun en medio de la noche profunda.
Una suave “maleta” en la alta espalda no le impide caminar ligerito para cobrarle a sus clientes. Su negocio es tan inaudito como boyante. Como al ser remodelado el parque Martí a fines de los años 40 fueron colocados solamente escasos bancos, el avispado Sixto ha conseguido una “gracia municipal” para inundar la plaza de sillas de hierro, que fijadas unas a otras forman una hilera que da la vuelta al parque cual cinturón verde.
Cuando Sixto advierte “artrosis” para meter la mano en el bolsillo y pagar los cinco centavos que cuesta sentarse en la silla, espeta sin mucho protocolo: “Andando, andando, que aquí el que no paga se va…”.
Pero la cosa no termina ahí. Es la costumbre, en estos pujantes años 50, de velar a los fallecidos en sus propias casas. Y claro, se necesitan sillas para las decenas de parientes y amigos del occiso que acuden a rendirle tributo póstumo. Es Sixto también quien suministra las sillas plegables de madera a los velorios, y de paso a las funerarias Piriz y Massiá.
Así, su quijotesca figura ha devenido ave de mal agüero. Cuando alguien está a punto de pasar a mejor vida, o la negra parca engancha a algún desdichado, en seguida aparece Sixto en escena ofreciendo sus servicios.
Para los más aprehensivos, ver a Sixto pasar por delante de su casa es un terrible presagio y se persignan. Los más atrevidos gritan: “¡Sixto, solavayaaa!”, o “¡llévatelo, viento de aguaaaaa!”.
En el parque, quien no tiene la suerte de pescar un banco y quiere sentarse tiene que morder el cordobán con Sixto. La bella plaza principal —única en Cuba con piso de granito— es el centro gravitacional de la juventud avileña. Para los varones es un regalo del cielo, pues nos deleitamos con el más exquisito desfile femenino que se pueda imaginar. No es un secreto que las avileñas, junto a las camagüeyanas, tienen fama de pasearse entre las mujeres más hermosas de la isla.
Como las chicas caminan y dan vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj y los varones al revés, ambos bandos nos “vacilamos” de frente todo el tiempo. Nosotros a la búsqueda de alguna miradita o sonrisita que nos dé la “entrada”. Si así es, cambiamos al instante de dirección y guardando bajo la manga los complejos nos sumamos con nuestra damita a la marea femenina que bojeaba el parque sin cesar.
Los jueves, sábados y domingos, hay retreta a cargo de la Banda Municipal de Música, fundada en 1912 por el alcalde Don Adolfo Morgado (hermano de mi abuela, quien me decía que los mejores alcaldes de Ciego habían sido su hermano, y antes su padre Don Jesús), y cuyo director es un viejo cascarrabias, pero que conoce de maravillas su oficio. Son buenos músicos. Muchos integran también la orquesta Intermezzo, orgullo de la villa.
Con su traje gris almidonado estilo Venustiano Carranza, el conductor de la banda es todo un personaje cómico de zarzuela, por sus maneras, su apasionado estilo barroco y por sus “malas pulgas”. Los muchachones le buscan la lengua: “Director, toquen El yerberito moderno que canta Celia Cruz”; o “El bombín de Barreto”. Otros le piden “Tutti Frutti”, de Elvis Presley, o el cha-cha-cha “El Bodeguero”, una rumba, o la conga “La Chambelona”. La respuesta más refinada que el singular maestro da, batuta en mano, es : “Váyanse a jo… a casa del ca…”.
Cuando uno lleva ya 9 ó 10 vueltas completas al parque, es hora de caminar un rato por la calle Independencia para ver las luminosas vidrieras comerciales y seguir recreando la vista con las exuberantes jovencitas que también escapadas del parque animan el ambiente a lo largo de varias cuadras, desde La Americana hasta el Hotel Rueda, pasando por las decenas y decenas de tiendas, incluyendo instituciones bancarias de nivel mundial —como The Royal Bank of Canada—, que a ambos lados de la calle configuran una de las más importantes arterias comerciales del interior de Cuba. A no dudarlo, es la calle Independencia de Ciego de Avila todo un mall —mucho antes de que la palabrita se inventara—, de 700 metros de largo, impresionante para una urbe de unas 65 mil almas.
De regreso al parque, ya se hace imprescindible sentarse. Somos mozalbetes, pero igual los pies echan candela. Como encontrar un banco gratis es sacarse la lotería, casi siempre hembras y varones recalamos en los brazos del viejo Sixto.
Para quienes estudiamos el bachillerato en el Instituto —prendados de tantos remilgos patrióticos juveniles—, tener que pagar por sentarnos en un parque público es algo escandaloso, que pague el alcalde, o su abuela. No es ninguna gracia regalarle 5 centavos a Sixto, equivalentes a una Coca-Cola fría en el Ritz, un barquillo de helado de “El Japonés”, cuyos carritos peculiares con sus paradisíacas paleticas de chocolate pululan en torno al parque, o la mitad de la entrada al “gallinero” del Cine Carmen para ver desnuda a Brigitte Bardot, o a Martine Carol.
Por eso muchas veces, cuando no estamos acompañados de alguna ninfa, al ver a Sixto en el horizonte nos evaporamos. Hoy tuvimos la suerte de ligar tres asientos juntos, Ramón Medina (“Bola de Pelo”), Toti Monteagudo y yo, pero muy alertas para dar el grito de ¡Tierraaa! tan pronto se acerque el viejo con la mano extendida.
“Y ustedes qué, nos dice a traición una voz media rajada, inequívoca para los tres”. El fantasmagórico cobrador nos ha sorprendido in fraganti, ¿cómo pudo?…
“Sixto, estamos muy cansados, le damos nuestra palabra de que dentro de un ratico nos vamos…”, le dice Toti.
Mirándonos con sorna nos responde sin medias tintas: “Miren, jovencitos, yo puedo ser el abuelo de ustedes y no paro de caminar; vamos, que andando se quita el frío…”.
Pero es tanto nuestro cansancio y a la vez nuestro disfrute del entorno fenomenal, que sin pensarlo mucho le damos al César lo que es del César. No es la primera vez, ni será la última, que “claudicamos”.
Pensándolo bien, muy barato es el precio de un níquel para saborear desde un balcón casi dentro del escenario, el desfile de tan lindas trigueñitas, rubias, pelirrojas, castañas y mulaticas, todas deliciosamente hechas a mano, que exhiben su desquiciante sexappeal casi rozando nuestros pies.
Esta estampa pertenece
a un libro del autor en preparación
No soy avileno pero al leerme ahora este reportaje historico me acordé mucho de mi pueblo, Santa Clara, donde tambien la gente jovenes nos reuniamos en el parque y habia personajes muy pintorescos. Muy buerna idea publicar estos reportajes. Se lo agradezco a esta revista.
Dago
En mi pueblo, Santa Clara, antes de mudarnos para La Habana me acuerdo que en el parque Serafin Sanchez no teniamos a un Sixto pero para sentarse era un problema porque no habia bancos ni sillas suficientes, las muchachas paseaban no en esa forma pero era un espectaculo maravilloso ir al parque y verlas tan bonitas y sexy. Este articulo me hace recordar aquellos tiempos de mi primera juventud