Estampa
- La literatura y la realidad virtual del siglo XXI
- Los que comen de pie
- Morir en Buenos Aires
- Catorce poemas de Margarita Belandria
- Sorpresa en La Confronta
- El más débil
- Molinos de otros vientos
- Margarita Belandria: Qué bien suena este llanto
- Fuego serás forever
- La eclosión del geranio
- Surbana: abstracciones urbanas de Los Angeles
- Las raíces del odio
- Acto de piedad
- De la audacia y la esperanza
- Macario, un cuento de Juan Rulfo
- Y la Biblia se hizo canción
- Tres estampas de José Luis Borja
Con un dinamismo atenuado por el clima de guerra, que aunque lejana golpea los albores de la década del 40 en la isla, un mulato oscuro largo y flaco ha decidido buscar en otros lares mejor fortuna que la que le deparaba su natal pueblito de provincia.
Por lo pronto, deambula ahora por las calles de Ciego de Avila, a casi 500 kilómetros de La Habana, con una guitarra de medio pelo a cuestas, sin mucho éxito monetario, al punto de que al pasar el sombrero para que “cooperen con el artista cubano” no obtiene lo suficiente para hacer dos comidas al día, ni para pagar un hospedaje.
Lleva pocos días en la urbe avileña, a la que ha venido porque le dijeron que es una de las más prósperas del interior del país. Cual juglar medieval, se mueve en torno a bares, cantinas, esquinas animadas y populosas (tipo “El Gallito” de mi pariente Quiñones, frente al Cine Carmen, o el bar de Cosme Gómez, frente al Teatro Iriondo, que aún no han nacido), arrancando a su añeja guitarra notas que decoran una asombrosa voz que recorre todo el pentagrama musical, capaz de sonar muy fina, o grave, pasando por todas las tonalidades y tempos. Con un color único, es su voz simbiosis de melodía, potencia, ritmo y corazón.
Tarde en la noche, el joven aspirante a artista, cansado y con el estómago fundido al espinazo, al pasar por frente a La Confronta decide entrar y le pregunta a un “gallego” cerca de la puerta: “¿Señor, me puedo recostar un rato sobre una mesa?”.
—Sí, hombre sí, recuéstese ahí un rato—, responde el peninsular, Anacleto Martínez, dueño del pintoresco restaurante-fonda que mantiene intacto su aspecto tan peculiar de kiosko-café de 1890.
El joven coloca su cabeza sobre ambas manos, encima de la mesa, para descansar.
Al verle la pinta de tener dos varas de hambre, Anacleto le dice a un empleado:
—Tráiganle a este joven una palomilla bien cocinada, con arroz y papas fritas, y un vaso de leche.
El soñoliento visitante da un salto y aclara nervioso:
—No, no, yo no he pedido nada, señor.
—Yo lo sé, joven, no importa—, responde Anacleto.
Agarra su guitarra y mientras se pone de pie aclara mejor el mal entendido que se ha producido:
—Es que yo no tengo dinero para pagar eso…
—También lo sé, o me lo imaginaba—, precisa el propietario del lugar—, coma, coma tranquilo, mi amigo, disfrute su bistec que va por la casa, es una invitación mía.
El hambriento comensal, al ver aquel alucinante trozo de toro asado a la parrilla, salpicado con cebollitas y que se sale del plato, con su colateral manifestación de papitas fritas crujientes y el arroz blanquito como el coco, cae en shock. Sólo con los olores de festín homérico que le hacen cosquillas en los pelitos de la nariz, está ya extasiado por anticipado.
En menos de lo que un gallo lanza su quiquiriquí degusta con ansiedad meteórica aquel manjar que bien pudo deleitar a Calígula o a Iván El Terrible.
Vuelto a la vida, sin pizca ya de modorra, el inspirado juglar le da efusivas gracias a su improvisado mecenas, quien lo autoriza a que duerma recostado a una mesa, pues su invitado no tiene para pagar una noche, no ya en el hotel Sevilla o el Rueda, sino ni siquiera en el Norte de Cuba, o en una pocilga del reparto Maidique.
La escena se repite durante casi un mes. Pero sorpresivamente el espigado cantante ha dejado de ir a La Bodeguita del Medio avileña. No se sabe nada de él. “Qué habrá sido de ese pobre infeliz”, se pregunta Anacleto.
Pasa el tiempo, y mucho. Pero luego de 15 largos años de ausencia en el agradecido canta-autor sigue vivito y coleando el recuerdo de aquellas noches de ronda avileñas con final siempre suculento para él, gracias a la generosidad de aquel gallego tan chévere. Y decide ir a verlo después de tanto tiempo.
Esta vez en pleno día, el forastero se para en medio de la puerta de La Confronta. Anacleto se alegra al ver a “un mulato alto elegante, con ropa cara” (según narraría después Anacleto en una entrevista periodística), pues ha llegado un cliente bien solvente a su negocio
—¿Cómo anda usted, Anacleto?—, dice el enigmático visitante.
Sorprendido, el propietario del lugar lo mira, pero no dice nada, no sabe quién es.
—¡Coño, Anacleto!, ¿con tanta hambre que me mataste y no me conoces?
Es entonces que al mirarlo mejor y sobre todo al oír más fuerte su voz inconfundible, que Anacleto se percata de que a quien tiene delante es aquel mulato largo mal vestido de tiempos ha que devoraba sus célebres palomillas asadas y luego dormía en una mesa, y que ahora es nada menos que el gran ¡Beny Moré!
El fenomenal ¡Bárbaro del Ritmo!, su viejo amigo, en la noche va a estar con su orquesta gigante no muy lejos de La Confronta, amenizando uno de los bailes del estupendo Carnaval de las Flores, único en la ínsula por sus sensuales “capuchonas” —solteras o casadas—, que con el rostro cubierto hacen bailar de maravillas al más patón de los patones.
Emocionados, ambos se funden en un fuerte abrazo en medio del restaurante que con su originalísimo y delicioso sabor criollo poco después dará a luz a la mítica Bodeguita del Medio de la Habana Vieja, como veremos en otra estampa.
Propongo, desde ahora, que cuando el nazionalsocialismus castrista sea historia antigua al fin (¿cuándo?) se coloque una placa en el folclórico restaurante avileño para eternizar la entrañable acogida que le dio el dueño de La Confronta a aquel buscavidas que se comía un cable, y que con su talento excepcional luego devino “El Beny”, para muchos (me incluyo) el más genial músico, cantante y compositor que en el género popular ha dado Cuba.
[Esta estampa sobre el cantante y compositor cubano Beny Moré, pertenece a un libro en preparación de crónicas y recuerdos sobre Cuba]
pa que luego digan que los gallegos sólo vienieron a esquilmar a los pobres latinomaericanos. Beny Moré y Roerto Alvarez Quiñones on buenos testigos de que la leyenda negra no es mas que eso, leyenda, negra para más inri, pero que da de comer y hace famosos a muchos. Yo pienso seguir leyendo todas las viñetas cubanas del autor. Al mismo tiempo le sugiero que no tenga reparos en escribir vinetas también del nazionalsocialismo, que las hay y él las conoce. Si todavía no es hora de publicarlas, por obvias razones, que nos las guarde. Como se sabe, las viñetas son el pulso de la vida subterránea de un pueblo. Los gobienros son otra cosa.
Qué bárbaro!
Cuando me enteré del Beny ya hace tiempo que estaba muerto
pero su música ha seguido dandole gloria. Nunca antes habia
leído respecto a su inicios, ni el hambre que tuvo que pasar
antes de ser famoso. Dicen que Cuba antes se pasaba mucha
hambre y miseria y esto lo confirma, aunque había siempre buena gente que te tiraba un pedazo de pan. Encontrar a un Anacleto en
estos días si que es difícil.